viernes, 12 de agosto de 2011

Diego, con Fito, va

Nunca es tarde para ser empático con el agredido por haber levantado una voz adverteril, como antes nos regaló una canción donde esperanzarnos, donde calmarnos ante tanto atropello del Fin de la Historia que nos espetaron. Esa Historia que cambiamos y que tantos pueblos ahora luchan con la guía que le representamos.
"Me pregunto quién lo votó... El tipo hizo todo mal, es un hijo de papá que no sabe nada -siguió- y se da el lujo de hablar de la pobreza o de lo mal que está la Argentina: a mí, vos no me hablés del hambre, ni vengas a meterme los dedos en la nariz, si nunca te lustraste los zapatos. Es más, no sabés ni que existe la pomada", describe Diego con esa sabiduría entramada y enraizada de tanta vivencia por el mundo no sutil de lo directo, de lo suculentamente violento como el mazaso de su gracia futbolística.
En el momento debido, mientras del otro lado reclaman por cosas ya conquistadas y cuidadas acá, la sensibilidad del pie arrima una caricia ante tanto atropello escondido, que sueña con un domingo que nos haga retroceder con las falacias y mentiras de siempre, de los de siempre, esos que nos habían comprometido su palabra de parar con sus azotes, pero que, insaciables, y ante el llamado de sus Poderes, sólo quieren que nos vuelva a ir mal.
Estamos a dos días de ofrecernos el placer de votar por eso que no debemos entregar, con la invitación a nosotros mismos de que pediremos más, nos daremos más, a pesar de aquéllos, que redoblarán sus esfuerzos e inventarán nuevas lecturas ante su fracaso, enésimo ya.
Estamos a dos días de no renunciar e ir. A no quedarse esperando que lo que presentan como ya dado se produzca mágicamente. La materialidad del acto de votar debe producirse físicamente, poniendo el cuerpo en el lugar que nos reclama el no permitir la vuelta de los indignantes, esos sospechosos del ahora como el del antes que revive en varios puntos del planeta.
Hay que ofrecer el corazón creativamente, como esta versión de Fito, junto a Eugenia, pero sin cambiar esa bella letra que nos ayuda a ganar impulso e ir. Hay que ir. Va, Diego.

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