jueves, 18 de octubre de 2012

¿Es invencible el populismo?


Ignacio Ramonet: "Hoy vemos que estos procesos cuando llegan al poder y cuando las políticas sociales se desarrollan encuentran una acogida popular que hasta el momento no ha sido desmentida. Ningún país donde un programa de progreso social haya sido defendido por un equipo político, hasta ahora ha sido derrotado democráticamente.
Hemos visto además que estos programas han sido llevados por líderes como el uruguayo Tabaré Vázquez y en Brasil por Lula da Silva. Fueron relevados por José Mujica y Dilma Rousseff, pero el pueblo ha seguido apoyando el proyecto.
Estos proyectos en ningún caso han sido rechazados democráticamente. Los únicos ejemplos de involución que tenemos son los casos donde ha habido una intervención no democrática. El caso de Honduras que no era un proceso semejante y sobre todo el caso de Paraguay.
Hay un consenso en América Latina para que este tipo de proyecto tenga una acogida importante y esto es muy interesante destacarlo. En la elección de ayer estaba en juego el proyecto de Chávez y la revolución bolivariana, pero por otra parte el candidato de la oposición que ha tendido un resultado muy honorable no hay presentado un modelo radicalmente hostil, que es probablemente el que quiera en su espíritu.
Sin embargo, Capriles ha presentado un modelo que él mismo ha definido como de centroizquierda. El mismo ha definido que las grandes realizaciones y logros de la revolución los continuaría. Ha definido a Lula como su modelo político y no a uno de derecha.
Quiero decir que hay como una victoria intelectual del modelo progresista latinoamericano en la medida en que hoy las oposiciones que mejor resultado obtienen son aquellas que no se definen como hostiles al modelo de desarrollo progresista, sino que se defienden también como progresista pero con una promesa de mayor eficacia o con una promesa de mayor eficiencia".
María Esperanza Casullo: "Por un tiempo, la ciencia política ha discutido si estos nuevos populismos son “realmente” populismos o si el término debería reservarse para los gobiernos de las décadas de la posguerra, del cual estos gobiernos serían derivaciones. Sin embargo, los “nuevos populismos” actuales ya son (sea cual fuere su destino en un par de años) más exitosos que las experiencias de Getulio Vargas, Juan Velasco Alvarado o Juan Domingo Perón en varios aspectos claves. Son más exitosos desde el punto de vista de su capacidad de mantenerse en el poder: Hugo Chávez lleva catorce años en el poder, lo cual lo hace el populista con más tiempo en el gobierno, con la excepción de Vargas, y si contamos la alternancia entre Néstor y Cristina Kirchner, el kirchnerismo está por cumplir diez años de gobierno, con lo cual habrá gobernado por más tiempo ininterrumpido que el mismo Perón. Han sido también exitosos en su capacidad de sortear amenazas concretas y creíbles a su gobernabilidad (Chávez vivió un intento de golpe de Estado; Evo Morales y Rafael Correa sortearon crisis que incluyeron alzamientos armados y podrían haber derivado en una salida del poder; Cristina Fernández de Kirchner tuvo su propia “crisis de la 125”, la cual, si bien no puso nunca en duda su permanencia en el Gobierno, resultó en un vicepresidente que actuó como la principal figura de la oposición durante el resto de su mandato), y han sido también más exitosos en términos de combinar (relativa) estabilidad macroeconómica con estabilidad política.
Algunos de los líderes de estos movimientos provienen de partidos o movimientos que aunque originalmente rechazaban abiertamente a la democracia liberal, la abrazaron luego. El caso más extremo, Hugo Chávez, saltó a la vida política en 1992 cuando intentó realizar un golpe de Estado en Venezuela (que era, hasta ese momento, el país con la sucesión más larga de gobiernos constitucionales del subcontinente). Chávez pasó varios años en la cárcel por ello y a su salida, luego de realizada su autocrítica, anunció que a partir de ese momento sólo competiría electoralmente. Por su parte, Evo Morales y su vicepresidente, Alvaro García Linera, se desviaron de su trayectoria más radical (que incluía una formación marxista) para volcarse decididamente a la vía electoral, lo cual causó la escisión de una fracción del movimiento encabezada por Felipe Quispe, que rechaza hasta hoy la “farsa” de la democracia electoral. Los gobiernos de Chávez y Morales, sin embargo, como los de Rafael Correa, el de los Kirchner (y también el del PT en Brasil, aunque con una orientación no populista en su liderazgo), mostraron que la vía democrática era un camino posible para la ampliación de las fronteras de la ciudadanía y la integración de sectores como los indígenas, los pobres urbanos, los obreros y los desempleados a la vida democrática. La consolidación de la democracia en el subcontinente debe mucho a esta decisión.
El fracaso del gobierno de Fernando Lugo en Paraguay y el hecho de que Hugo Chávez enfrentó en estas elecciones a una oposición unificada y a un candidato con buena imagen que, de hecho, redujeron su caudal electoral a menos del 60% del total hablan de que estos gobiernos no son imbatibles y que, en algún momento, el péndulo volverá a oscilar y se producirá la natural alternancia. La pregunta no es, entonces, si estos gobiernos culminarán alguna vez su ciclo, sino de qué manera lo harán. Sería deseable que, como pasó en Venezuela, los partidos opositores se comprometan con la vía electoral para buscar la alternancia".
Alfonso Reece: "Todo populismo es un caudillismo y hay una continuidad expresa de los caudillismos del siglo XIX a los populismos de los siglos XX y XXI. Es perfectamente posible ser simultáneamente “caudillo de la oligarquía” y líder populista. Hay completa sindéresis en la reivindicación que Cristina de Kirchner hace de Juan Manuel de Rosas. No se ha dado un movimiento o partido orgánico de carácter populista en el que la estructura pueda funcionar sin un líder fuerte. El caudillo es alguien capaz de despertar emociones fuertes en las multitudes, de suscitar un phatos. Su ideología es lo de menos, bandean del fascismo al comunismo.
Todo populismo se identifica como la solución más o menos inmediata de los problemas de las mayorías más pobres. Independientemente de su filiación ideológica, nunca proponen una solución de largo plazo a los problemas de la gente, siempre sus medidas coinciden en el favor de hoy, la casa barata, la obra puntual, empleo para m’hijo... favores que se dan a cambio de adhesión y de militancia, nunca a cambio de trabajo. Por eso el sistema funciona bien en tiempos de bonanza, cuando hay fondos para regalar provenientes del petróleo, la carne o la soya. Si las vacas enflaquecen suelen recurrir a la solidaridad obligatoria, a hacer “que los ricos paguen”, pero esta es una posibilidad limitada y peligrosa, porque otra condición del populismo es la complacencia o la complicidad de las clases dominantes, las que se deja enriquecer a cambio de silencio y de colaboración en “negocios”. En el entramado emocional que sustentan estas corrientes hay una adhesión filial a la figura paternal del jefe, masas infantiles en busca de un padre alternativamente bravo y regalón, que reúne en sí toda la fuerza y toda la bondad del proyecto.
Un populismo consolidado desde el poder, con un líder vigente, provisto de fondos suficientes, no es posible de derrotar en la América Latina de esta década. No se hagan ilusiones. Están demasiado arraigadas en nuestra idiosincrasia cultural la adicción al caudillismo, la concepción del gobierno como dispensador de dádivas y las “sensaciones” como factor de movilización".

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