domingo, 28 de octubre de 2012

¡Volvió el dictado!

Joaco, hoy en La Nación: "Dicen que prefiere cada vez más la soledad. Pocos funcionarios tienen acceso permanente a la Presidenta. Carlos Zannini, Axel Kicillof y Guillermo Moreno. No hay muchos más. Su paciencia es crecientemente corta. El gabinete teme a los arrebatos de Cristina. Algunos funcionarios entran a su despacho, cuando entran, con un incontrolable temblor en las piernas. Varios ministros quisieran renunciar a tiempo, antes de una descortés despedida. ¿Julio De Vido? ¿Nilda Garré? ¿Carlos Tomada? No pueden. La jefa ya les aclaró que sólo ella decidirá el día y la hora del final de sus carreras políticas. Los cansados obedecen; la represalia podría ser peor que la angustia de la permanencia.
La Presidenta depositó parte de la confianza económica en un viejo peronista, Moreno, cuya modernidad son los años de Gelbard de hace cuatro décadas. Otra parte fue para Kicillof, integrante de ese camporismo que ella mete a presión en todas las covachas del Estado. Uno expresa el autoritarismo del primer peronismo y el otro representa, de algún modo, a la vanguardia iluminada de los años 70. Los peores errores del peronismo, que son, a su vez, la síntesis del cristinismo.
La mecánica ludópata del todo o nada incluye al crucial 7-D, pero no sólo a ese día ni al Grupo Clarín. Su obsesión con ese multimedio ya llevó a la Presidenta a recusar a un juez tras de otro y a enviar al Senado una lista impresentable de jueces subrogantes, algunos con más prontuarios que antecedentes. O habrá jueces kirchneristas o no habrá jueces".
Edu, hoy en Clarín: "El ex presidente estimaba insustituible al peronismo, en casi todas sus versiones. Entre otros motivos, porque siempre transitó desde adentro esa maquinaria de poder amañada, contradictoria y popular. La Presidenta caminó en su carrera con menos compromiso, a veces como privilegiada espectadora. La historia y la vida la impulsaron a un sitial inesperado, donde supone que con voluntad y poder se puede todo. No desea peronismo: desea un impreciso progresismo. Recoge en su matriz autoritaria algo de la épica que creyó descubrir en el peronismo inaugural de los 50. En la entronización de La Cámpora y de Unidos y Organizados podrían advertirse retazos pretendidamente vanguardistas de los trágicos 70.
Cristina también conservó de su marido la manía ejecutora de que todo debe girar en torno a ella. Incluso esa tendencia parece haberse acentuado hasta fronteras patológicas. En esa similitud del matrimonio hubo una diferencia: Kirchner siempre tuvo a mano un abanico de consultas, aunque resolvía a su antojo; Cristina gobierna ensimismada.
Se refleja en sus discursos en los cuales, indefectiblemente, refiere sólo a ella misma. Habla con no más de tres a cuatro funcionarios: Carlos Zannini, Axel Kicillof y Guillermo Moreno disponen de ese honor.
Las energías parecen depositadas en otra cosa.
En dominar por completo al Poder Judicial. El oficialismo pretende imponer una jueza K en el Consejo de la Magistratura. Recusa a magistrados de primera instancia y de Cámaras. Tramita en el Congreso el per saltum para empujar contra la pared a la Corte Suprema. Un plan que persigue un solo objetivo: la ley de medios para condicionar al periodismo, en especial a Clarín, que no le responde. La clave es el artículo 161, bajo una medida cautelar, que promueve la desinversión. Suena casi a un contrasentido con las necesidades de la época. No es el único. El Gobierno autofijó una fecha, el 7 de diciembre, para terminar con la batalla judicial. Como si después de ese día naciera, tal vez, otro planeta u otra civilización".

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