martes, 15 de enero de 2013

Para el ex asesor de Marga, el kirchnerismo es nacionalista (y eso no se discute). Y bueno, estalinista también, claro

Todavía no se anima a decir nacionalsocialista, pero denle un tiempito más y se los arma, Novaro: "No es igual el nacionalismo kirchnerista que el procesista, que nos llevó a ignorar las convenciones sobre derechos humanos e ir a la guerra en Malvinas. Puede que también Cristina esté usando argumentos nacionalistas para justificar malas políticas. Pero convengamos en que no hay punto de comparación con los daños que aquellas maquinaciones provocaron.
El nacionalismo, en suma, debería ser relegado en nuestra agenda de preocupaciones y tareas a resolver. Estamos tan obsesionados con él, que creemos que es “lo que nos falta”, que a otros países les va mejor porque “son más nacionalistas”. Pero nos equivocamos redondamente".
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En octubre, había relacionado al kirchnerismo con... ¡Stalin! (¿Este procedimiento es como una pass para integrar algún grupo lilitorio de pertenencia extraviada?), además de caracterizarlo como una cofradía minúscula de fanáticos dogmáticos que pueden hacer "bastante daño": "El máximo conspirador es, claro, Héctor Magnetto, el Gran Judío, de cuyas manos parten todos los hilos de la maldad. Pero hay muchos otros, y se los puede identificar fácilmente. El método que propone Unidos y Organizados es también sorprendente: quienes niegan estar implicados en la conspiración es seguro que lo están; si se presentan como “independientes”, “objetivos”, “imparcialmente preocupados” es seguro que llevan a la Bestia bajo la piel.
En los procesos por brujería era más o menos el método que se usaba: como el diablo está en particular interesado en pasar desapercibido, quienes niegan su presencia en los actos sometidos a escrutinio por el inquisidor o exorcista, automáticamente se delatan como su instrumento, y se ganan por tanto su turno en la hoguera; mientras que quienes admitan haber sido en alguna medida influidos por el Maligno, tal vez logren salvarse, sobre todo si ayudan a identificar a los primeros. Nada muy distinto a lo que sucedió en los Procesos de Moscú emprendidos por Stalin contra una supuesta “conspiración trostkista”. Con ellos logró mostrar a millones de rusos que tenían que apresurarse a demostrar arrepentimiento, confirmando que la conjura existía y denunciando a sus colegas, amigos o familiares, para no terminar colocados en la muy incómoda posición de quien negaba las acusaciones, intentando inútilmente mostrar que era todo fruto de la perversión del régimen, y ser condenados por ello.
Los efectos que este tipo de dispositivos generan en la gente común de las sociedades en los que se aplican suelen ser devastadores. Y también lo son el embrutecimiento y la ceguera ideológica que alientan en sus promotores y supuestos beneficiarios. Porque llevan al extremo un proceso de alienación, del que cada vez es más difícil escapar. Si uno se detiene a leer los artículos que han escrito en estos días gente como Verbitsky, Giardinelli o Feinmann, la tragedia que viven se advierte con claridad: sus textos carecen ya por completo de sentido común, muestran una aguda pérdida de la capacidad de juicio de sus autores, y profesan un entusiasmo que es inmune a cualquier dato discordante, pues está dispuesto a descartarlos metódicamente, impugnarlos o darlos vuelta como medias para que parezca que confirman lo que desmienten.
El fenómeno se extiende probablemente a muchos de sus lectores. Que no serán tantos, pero están colocados en posición de hacer bastante daño".
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