sábado, 22 de junio de 2013

Brasil: el miedo a la Derecha

El País: "“La derecha se quiere apropiar de este movimiento”, advertía ya en la manifestación del pasado lunes Lino Bocchini, director de la revista izquierdista digital Carta Capital. “Hasta hoy no había venido gente con tantas banderas de Brasil. Esa exaltación nacionalista es muy de derecha. Están intentando apropiarse de la protesta”. Otros activistas, como Bruno Torturra, mostraban una opinión distinta. “Es legítimo que la derecha venga, éste es un terreno abierto para todos los insatisfechos, no hay que temerles”.
Sin embargo, en las redes sociales donde había germinado el movimiento, el debate creció. Algunas organizaciones comenzaron a solicitar firmas para impulsar una moción de censura contra la presidenta. Y se crearon también páginas para reunir firmas de apoyo a Dilma Rousseff.
El Movimiento por el Pase Libre (MPL), el grupo que convocó todas las protestas, también se mostró contrariado ante la llegada de los manifestantes más conservadores. Algunos de sus miembros criticaron, por ejemplo, que el jueves algunas personas reclamaran medidas tan alejadas de los propósitos del MPL como la reducción de la mayoría de edad penal".
Emir Sader: "Un problema que el movimiento enfrenta son las tentativas de manipulación externas. Una de ellas, representada por los sectores más extremistas, que buscan insertar reivindicaciones maximalistas, de “levantamiento popular” contra el Estado, para justificar sus acciones violentas, caracterizadas como vandalismo. Son sectores muy pequeños, externos al movimiento, con infiltración policial o no. Consiguen el destaque inmediato que la cobertura mediática promueve, pero fueron rechazados por la casi totalidad de los movimientos.
La otra tentativa es de la derecha, claramente expresada en la actitud de los medios tradicionales. Inicialmente éstos se opusieron al movimiento, como acostumbran a hacer con toda manifestación popular. Después, cuando se dieron cuenta que podría representar un desgaste para el gobierno, la promovió e intentó insertar, artificialmente, sus orientaciones dirigidas contra el gobierno federal. Estas tentativas fueron igualmente rechazadas por los líderes del movimiento, a pesar de que un componente reaccionario se hizo presente, con el rencor típico del extremismo derechista, magnificado por los medios tradicionales.
El mayor significado del movimiento va a quedar más claro con el tiempo. La derecha sólo se interesará en sus estrechas preocupaciones electorales, en sus esfuerzos desesperados para llegar a al segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Sectores extremistas buscarán interpretaciones exageradas en el sentido de que estarían dadas las condiciones para impulsar alternativas violentas, lo cual se vaciará rápidamente.
Lo más importante son las lecciones que el propio movimiento y la izquierda –partidos, movimientos populares, gobiernos– puedan sacar de la experiencia. Ninguna interpretación previa da cuenta de la complejidad y de lo inédito del movimiento. Probablemente la mayor consecuencia sea la introducción de la temática del significado político de la juventud y de sus condiciones concretas de vida y de expectativas en el Brasil del siglo XXI".
Boaventura de Sousa Santos: "La presidenta Dilma fue el termómetro de este cambio insidioso. Asumió una actitud de indisimulable hostilidad hacia los movimientos sociales y los pueblos indígenas, un cambio drástico respecto a su antecesor. Luchó contra la corrupción, pero dejó para los aliados políticos más conservadores las agendas que consideró menos importantes. Así, la Comisión de Derechos Humanos, históricamente comprometida con los derechos de las minorías, fue entregada a un pastor evangélico homófobo, que promovió una propuesta legislativa conocida como cura gay. Las manifestaciones revelan que, lejos de haber sido el país que se despertó, fue la presidenta quien se despertó. Con los ojos puestos en la experiencia internacional y también en las elecciones presidenciales de 2014, la presidenta Dilma dejó claro que las respuestas represivas sólo agudizan los conflictos y aislan a los gobiernos. En ese sentido, los alcaldes de nueve capitales ya han decidido bajar el precio de los transportes. Es apenas un comienzo. Para que sea consistente, es necesario que las dos narrativas (democracia participativa e inclusión social intercultural) retomen el dinamismo que ya habían tenido. Si fuese así, Brasil mostrará al mundo que sólo merece la pena pagar el precio del progreso profundizando en la democracia, redistribuyendo la riqueza generada y reconociendo la diferencia cultural y política de aquellos que consideran que el progreso sin dignidad es retroceso".
Massimo Modonesi: "Lo que sorprende de la historia reciente de este país no es la irrupción repentina de la protesta, sino su ausencia en los años anteriores. De hecho, detrás de los grandes elogios que recibían los gobernantes brasileños por el alto crecimiento económico, el carácter incluyente de las políticas sociales y el surgimiento de una impresionante clase media consumidora en Brasil, estaba la envidia y la admiración por un modelo de gobernabilidad, de control social y político basado en el asistencialismo y la mediación de un partido –el PT– y un sindicato –la CUT– con arraigo de masa, que garantizaban costos mínimos en términos de represión y de criminalización de la protesta. Los frentes de resistencia a la construcción de la hegemonía lulista existieron y existen tanto desde la derecha como desde la izquierda, pero fueron contenidos y quedaron relativamente marginados.
La paradoja de los gobiernos del Partido de los Trabajadores es que generaron procesos de oligarquización en lugar de democratizar la riqueza y de abrir espacios de participación, espacios que en el pasado habían servido para que este partido surgiera y llegara a ganar elecciones. El agotamiento tiene que ver con un desgaste fisiológico después de 10 años de gobierno, pero sobre todo con la pérdida de impulsos progresistas y el aumento significativo de rasgos conservadores en la coalición social y política encabezada por Lula y que sostiene el gobierno de Dilma".

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