domingo, 29 de septiembre de 2013

Imagen de la Policía de De la Sota

El 70 por ciento de los cordobeses reprueba la gestión de la Policía de Córdoba, mientras que casi un 50% cree que la fuerza policial está en peores condiciones que el año pasado. Un 32% opina que está igual de mal.
El 80% dice que la misma policía es responsable por los escándalos que azotan a la institución y un 90% considera que es necesario un profundo cambio en esta materia. El 95% cree que los policías deberían recibir una mejor capacitación.
Estos resultados se desprenden de una encuesta que realizó la consultora del analista político Gustavo Córdoba entre el 16 y el 23 de septiembre a 1.000 casos de toda la provincia, domiciliaria y con cuestionario estructurado.
Lucas Crisafulli, coordinador del Área de Seguridad del Observatorio de Prácticas en Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Córdoba, enmarca estos números: "La institucionalidad en riesgo estalló por el escándalo de policías acusados de tener vínculos con narcotraficantes, o peor aún, altos jefes policiales sospechados de estar implicados en casos de narcotráfico, secuestros, robos comandos y procedimientos en los que “plantaban” droga para hacer falsos positivos.
Por más que cierto sector del periodismo intente separar ambos problemas –detenciones sistemáticas y narcoescándo– ambos son parte de un problema mayor: la gestión política de la seguridad, que en Córdoba, así como en otras provincias, se ha traducido en un pacto entre policías y políticos de autonomía policial. Son dos caras de la misma moneda: disciplinamiento de los sectores racializados mediante detenciones masivas por el Código de Faltas, apremios ilegales, tortura, gatillo fácil y reclutamiento para el delito por un lado; y por el otro, la regulación del delito complejo como el narcotráfico o autopartes robadas que producen el autofinanciamiento proveniente de esas actividades protegidas por la propia policía.
Esto no puede suceder sin la existencia de mecanismos políticos, judiciales, mediáticos y sociales que aseguren la impunidad. La política que acuerda autogobierno con la policía a cambio de niveles tolerables de delito; el Poder Judicial que asegura la legalidad de los procedimientos “truchos”, en la mayoría de las veces mediante la creencia ciega de la versión policial; ciertos medios de comunicación que repiten el parte de prensa de la policía en sus páginas, radios o programas televisivos. Pero la impunidad también se asegura mediante engranajes sociales –la llamada violencia cultural que define Galtung– que legitiman la violencia contra los racializados. Si la tortura sigue existiendo a doscientos años de la prohibición de la Asamblea del año XIII, es también porque la sociedad la tolera".

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