sábado, 12 de julio de 2014

Kirchnerismo sin Oposición, la jugada de Kicillof y el adiós de Scioli

"Estamos transitando una nueva etapa. La de la adaptación brutal del “relato de la Liberación” a las “realidades de la Dependencia”. Sin embargo, y sorpresivamente, esta distancia abismal entre dichos y hechos no parece hacerle mella al Gobierno. O al menos, no le agrega más descontentos a los que ya les generaron los problemas económicos.
Uno esperaría que un conflicto ideológico descomunal estallara en el kirchnerismo entre los elementos más “densos” ideológicamente hablando y los más pragmáticos. Entre Carta Abierta y Juan Carlos Fábrega, por decirlo de alguna manera. Pero no,  hacia el interior de su “coalición política”, el Gobierno no paga los costos. Es que para los tiffossi-kirchneristas “peor sería si gobernara un Macri, un Scioli, o un Sanz”. “Si un gobierno nacional y popular se ve obligado a tomar estas medidas que no quiere, imagínense lo que sería un gobierno entregador y oligárquico”.
Éstos y otros mecanismos de racionalización psicológica están a la orden del día en el kirchnerismo. También, razones menos freudianas y más materialistas: “Este es el gobierno que me resuelve la mástica; puedo entonces resignar un tanto la mística”. Mucho tiene que ver en esto que no hay liderazgos alternativos internos que quieran aprovecharse de esta situación.
Es que el kirchnerismo, en realidad, no es una “coalición” expresándose, en cambio, en términos gregarios, de amontonamiento acrítico de individualidades mínimas bajo el reinado absoluto de la Presidenta.
Incluso, podría decirse, esta capacidad para contradecir/contradecirse, de producir ese síndrome colectivo de tensión/relajación ha sido una de las claves de la mayestática gobernabilidad kirchnerista desplegada casi sin fisuras a lo largo de toda una década. Recordar el terror, los abismos en que nos hemos caído. Hacernos vivir la posibilidad de la crisis, y después experimentar el alivio de evitarla, con el Gobierno felicitándose ufano por haber tenido la valentía de hacer las cosas que “había que hacer” (decisiones que había jurado que nunca iba a tomar apenas minutos antes).
Estado de emergencia permanente, que justifica la concentración de poder en el Ejecutivo, pero lejos, muy lejos de concretar una hegemonía imposible bajo la condición posmoderna -y premoderna- de nuestra Argentina de varias velocidades. Esa debilidad se vuelve, paradójicamente, la justificación perfecta de la concentración gubernativa, mientras la estaticidad brilla por su ausencia. Estado de emergencia y soberanía son simples secuencias de un esquema que se repite una y otra vez en la Argentina. Ahora con la paradoja espectacular de que suceda íntegramente en un mismo gobierno.
Giorgio Agamben, en su fantástico Estado de excepción menciona dos situaciones políticas ancestrales en donde el peligro anómico queda conjurado, uno en la continuidad, el otro en la parodia. La del luto por la muerte del soberano (resuelta en la fórmula “muerto el rey, viva el rey”) y la del carnaval, en la trastocación festiva de la “normalidad”. Leída en esa clave, la muerte de Néstor Kirchner fue la prueba decisiva de la emergencia más crítica resuelta por su viuda, Cristina Fernández. Y los fastos del Bicentenario, la energía inquietante de la masa, siempre latente también en su capacidad tanto legitimatoria como destructiva.
“Anomia y derecho muestran su distancia y a la vez su secreta solidaridad”, dice Agamben. Amenaza de crisis, cuya neutralización es tanto fin como medio, en su demostrada eficacia como expediente de la gobernabilidad. Crisis y kirchnerismo, en su consustanciación esencial".
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""Tiramos un cacho de carne en la habitación, cerramos la puerta, y con eso logramos quebrar el frente unido contra nosotros y que discutan entre ellos qué hacer con eso que tiramos", es la alegoría que utilizó una muy alta fuente del gobierno argentino para referirse a la astuta jugada con la que descolocaron al juez Thomas Griesa y mejoraron la relación de fuerzas en el conflicto por la deuda con los fondos buitre.
La movida no tuvo nada de sofisticación. Consistió, sencillamente, en cumplir con el pago de 832 millones de dólares de capital e intereses de los bonos de la deuda con legislación extranjera que vencieron el pasado 30 de junio, de los cuales 539 millones fueron depositados, como ante cada vencimiento anterior, en dos cuentas que el Bank New York Mellon (Bony) tiene en el Banco Central, a pesar de que Griesa había rechazado reestablecer una medida cautelar que protegiera esa operación de eventuales embargos. Asumieron algún riesgo de que el juez retuviera los dólares.
A pesar de que los fondos buitre exigieron de inmediato que el juez cumpliera con su fallo y embargara el dinero para entregárselo, Griesa no lo hizo, por la simple razón de que no era legalmente correcto. Una vez depositado en las cuentas del banco fiduciario, el dinero ya no es propiedad del Estado argentino sino de los acreedores. Lo más que atinó a hacer el juez fue ordenarle al Bony que no distribuyera los dólares a los bonistas y que devolviera el dinero a la Argentina, algo que el banco no pudo hacer porque hubiera violado el acuerdo que tiene con el país para actuar como entidad pagadora de la deuda. Y si lo hubiera intentado, el Gobierno lo habría rechazado.
Con ese “cacho de carne” el Gobierno metió en serios problemas al banco, al que los dueños del dinero que está depositado le están reclamando lo suyo. Cualquier cosa que haga el Bony implicará incumplir con alguien: si distribuye los fondos, estará desacatando el fallo de Griesa; y si no lo hace estará vulnerando el derecho de los acreedores y la obligación contractual con la Argentina".
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"Scioli piensa otra política de seguridad diametralmente distinta a la de Cristina. No concibe una confrontación con Clarín ni mucho menos una defensa de la producción industrial por sobre la relación con el campo. Los aliados de Scioli si llega al poder serán los agricultores, los ganaderos, los capitales externos, el empresariado de siempre y el poder concentrado del peronismo, respetando el control territorial de los barones del Conurbano.
DOS, por estos días de descanso que se suman a su tratamiento anual en el hombro de su brazo amputado, está recuperando fuerza para lo que su equipo llama “la batalla final”. El último tramo de estos cortos pero agotadores 17 meses que quedan hasta que alguien que no será kirchnerista se calce la banda presidencial. Es, aunque no se confiese abiertamente, el tiempo de romper, sin hacer mucho ruido. Es la hora de mostrarle a los futuros aliados del Gobernador para quién juega. Y eso sucederá en esta segunda mitad del año.
Las PASO serán la última batalla que dará el kirchnerismo, y luego, ante la más que previsible derrota, retirarán todo su apoyo para que el Gobernador se las vea solo frente a Massa y Mauricio Macri, el jefe de Gobierno porteño que hoy representa la mejor salida para Cristina.
Confirmado por varias fuentes, CFK sabe que ante la imposibilidad de sostener su proyecto en el poder, un opositor débil como lo es el Ingeniero es la mejor carta para mantener el poder dentro del PJ y aspirar a mantener el poder del aparato. Scioli irá a cada acto al que lo inviten, sonreirá para la cámara junto a Cristina, pero seguirá su lento pero implacable camino de alianzas con los enemigos del kirchnerismo, para asegurarse una recta final pareja con los candidatos que sí pueden proponer abiertamente el cambio. Ese cambio que casi un 70% de los argentinos reclaman según las distintas encuestas. En esa alquimia de la que venimos hablando, Scioli ya se decidió por poner mucho más de cambio que de continuidad. Estos meses que quedan, durísimos entre la pelea con los holdouts y la causa Ciccone, serán sin dudas días de distanciamiento. La Ola Naranja, que es al sciolismo lo que Unidos y Oranizados y La Cámpora es al kichnerismo, ya está en marcha. Todos los equipo de comunicación y de planificación política y territorial tienen instrucciones precisas para llegar al poder".
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